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Murcia

Lo que nuestro pasado huertano puede enseñarnos durante el confinamiento

El encierro puede ser una magnífica oportunidad para sentarnos al amparo de un brasero y recordar, nosotros primero, y los más jóvenes, inmediatamente después, nuestras diligentes y hacendosas raíces que se hunden profundamente en la huerta, nuestra primera y más cariñosa madre, la que nos dio todo: alimentación y cuidados, alegrías y belleza.

Ahora que han cesado los motores y las fábricas, escuchemos, en respetuoso silencio y quietud, las lecciones que nuestro pasado huertano puede enseñarnos y que quizá, hemos podido olvidar aletargados en las comodidades del presente.

huerta murciana

¿Cómo era el día a día de una tradicional familia huertana en Murcia?

La vida en la huerta murciana se desarrollaba de una manera laboriosa y apacible. Una humilde familia huertana se levantaba antes de los primeros rayos del alba para comenzar, con esmero y dedicación, sus arduos quehaceres diarios, entre los que se encontraba la cría de los gusanos de seda – ¿quién no recuerda la maravillosa sensación de cuidar con mimo y curiosidad a estos pequeños seres en su evolución hacia espléndidas mariposas? – y la asistencia a las parcelas circundantes de cultivo, repletas de hortalizas y frutales. Completaban este ciclo vital del murciano tradicional la crianza de gallinas, conejos y cerdos, de los que obtenía el resto de su alimentación.

Los hacendosos huertanos de antaño desarrollaban su vida en construcciones destinadas al trabajo: las famosas barracas, modestos espacios a modo de casas rurales en mitad de la huerta que componían uno más de los aparejos murcianos.

barraca murciana

El final del día marcaba, con sus tonos anaranjados, el cierre de la dura jornada de trabajo y señalaba el punto de feliz encuentro entre los huertanos que, pese a estar extenuados, siempre encontraban un hueco en el que compartir, gozosos, con sus vecinos, bailes de jotas, parrandas y malagueñas y juegos como el caliche y los bolos.

La vida en la huerta

Las características más notorias de la economía huertana eran la humildad y el esfuerzo: trabajaban de sol a sol en la cría de los gusanos de seda y en la agricultura de sus numerosos y exuberantes árboles frutales y el cultivo de hortalizas.

Una vez que obtenían el ansiado fruto de su trabajo, éste era destinado al autoconsumo familiar y los excedentes restantes se vendían en el mercado.

Las tierras que habitaban no solían ser suyas, pese a que las tratasen como tal: debían arrendarlas durante toda su vida y, para ello, tenían que pagar el rento cada 24 de junio, que coincide con la fiesta de San Juan. La única propiedad con la que contaban nuestros humildes antepasados eran los aperos de labranza y sus animales.

La injusticia, por desgracia, es uno de los grandes protagonistas de la Historia, presente sea cual sea la época que habitemos y los huertanos también la sufrían en sus propias carnes: el pago del alquiler de las tierras a veces ascendía a la mitad de sus cosechas.

Pese al arduo trabajo diario, pese a las injusticias y atropellos, los huertanos siempre recibían con buen ánimo las fiestas y divertimentos, y agradecían cada uno de los gloriosos brotes verdes de sus amadas tierras de cultivo. La llegada de la Navidad suponía alegría para todos y se celebraba con la matanza de un cerdo bien engordado, previa limpieza de cada una de las estancias de la casa.

la vida tradicional huertana

¿Cómo se repartían las labores?

Las tareas domésticas, entre las que se encontraban el cuidado de los animales más pequeños y la producción de seda, formaban parte de los quehaceres de la mujer y los hijos menores. La generación y venta de la seda constituyó, durante años, un complemento esencial para la economía familiar huertana entre los siglos XVII y XIX.

huertana en sus labores

En cuanto a los cultivos, la huerta y el acceso y compraventa en los mercados, conformaban tareas propias del padre y los hijos mayores.

El hijo más pequeño solía ocuparse de sus padres, ya mayores, así como de las tierras de cultivo; esto era así debido a que los hijos mayores buscaban terrenos para arrendar o trabajos en la ciudad y las hijas se casaban y hacían suyo el hogar de su marido.

Tiempo de noviazgo

El mozo, que se sentía atraído por una joven murciana, si quería conseguir que fuese su novia debía contar con el consentimiento de sus padres, a los que tenía que pedir permiso. De esta manera, el galante joven debía entrar en la barraca parental a la voz de ‘Dios guarde’ y esperar la debida respuesta ‘Pasa alante’.

Así pues, con el tinajero como testigo, el pretendiente esperaba, ansioso, la aceptación por parte de los padres de su amada. Para ello, pedía permiso para beber en una de las jarras. Y aquí comenzaban los borbotones de sudor a emerger del nervioso mozo, pues si la joven bebía de la misma jarra, significaba que daba su consentimiento para iniciar el noviazgo; pero, además, si el padre también bebía del mismo vaso, el contrato prematrimonial quedaba formalizado.

Noviazgo tradicional murciano
Autor: José María Sobejano Fuente: Región de Murcia Digital

La casa de los padres de la novia solía ser el lugar escogido para la celebración del feliz convite: al día siguiente se producía la “tornaboda” en la casa de la familia del novio, donde, una vez más, volvía a festejarse el enlace. Como decíamos, nuestros antepasados sabían disfrutar de las fiestas.

En cuanto al ajuar que había quedado formalizado en el contrato matrimonial, la novia normalmente aportaba el tablado para la cama, tinajas en las que contener agua o vino, un cantarero, una espetera, y una artesa para amasar pan, así como varios colchones. En cuanto al novio, ofrecía la barraca en la que vivir, tierras (arrendadas), dinero y los animales que servirían para alimentarse.

Juegos Populares

Los dos juegos por excelencia de la huerta murciana eran los bolos y el caliche. 

Los primeros tienen más solera y permitían a los mozos mostrar, orgullosos como pavos, sus dotes y su vigor físico. Este juego consiste en lanzar unas robustas bolas de madera dura con un peso cercano a un kilogramo de peso, a una distancia de veinte metros, donde se encuentran los bolos.

En su caso, el caliche es, ante todo, un juego de habilidad. Se trata de un trozo de madera con forma cilíndrica ubicado en el centro de círculo o recuadro trazado en el suelo, sobre el que se dispone el dinero apostado. Con el fin de derribarlo se arrojan unas piezas de hierro con el nombre de moneos. El jugador gana en el caso de que el caliche caiga al golpe de la pieza y el dinero que había puesto encima del recuadro sale fuera.

Fuentes
  • Región de Murcia Digital
  • V.V.A.A. Libro de la Huerta. Junta Central del Bando de la Huerta y Ayuntamiento de Murcia. Murcia, 1973.

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